CONMEMORACIÓN DE LA ENTRADA DE JESÚS A JERUSALÉN

Marcos 11, 1-10 Isaías 50,4-7 Salmo 22 Filipenses 2,6-11 Marcos 14, 1-15,47

Aún en la catolicidad de nuestro país se goza de hablar de una semana santa o semana mayor. No sé hasta donde haya una complicidad entre creyentes y no creyentes en permitir que se suspenda por "vacaciones de semana santa" o por el "puente de semana santa" la rutina diaria de las ciudades, algunos para orar y otros para un valioso y prolongado descanso que permite recobrar fuerzas y seguir adelante. Lo que si queda claro es que para los creyentes que de nuevo vivimos estos días, es necesario que la Palabra de forma a todas las procesiones, celebraciones, predicaciones y actividades religiosas que inundan estos días.

Lo que celebramos hoy se representa muy bien en la procesión con la que da inicio la celebración. Como Jesús, nosotros también vamos a tomar la decisión de emprender este camino misterioso acompañado de una multitud igual de misteriosa que lo aclama al entrar en Jerusalén: "muchos extendieron sus mantos por el camino; otros, follaje cortado de los campos. Los que iban delante y los que lo seguían, gritaban: "¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!" (Mc 11,9-10). Esta misma muchedumbre, días más tarde también lo condenará: " Pilato les preguntó otra vez: ¿Y qué queréis que haga con el que llamáis rey de los judíos? ellos gritaron ¡Crucifícalo!" (Mc 15,12). Será muy interesante observar la reacción de todos los que participarán en estos días de pasión y poder reflejarnos en ellos con temor y temblor por nuestra actitud frente al Crucificado.

Sin embargo, lo que quedó grabado en el corazón y en la mente de los discípulos que estuvieron allí, fue sobre todo la manera y el temple como Jesús vive y entiende sus últimos días. Podrán ver los primeros creyentes, como pretende la liturgia de la palabra de este día hacérnoslo ver en el cántico de Isaías, la manera como Jesús asume este momento: "El Señor me ayuda, por eso soportaba los ultrajes, por eso endurecí mi rostro como el pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado" (Is 50,7).

La confesión de fe que brota de lo que vive Cristo, hará que los cristianos de las primeras generaciones descubran que esta experiencia de humillación intensa que fue la crucifixión y la muerte, Dios que es bueno y misericordioso no la deja como un acto ignominioso e injusto en contra de su Amado Hijo; por el contrario, al haber manifestado Cristo hasta dónde es capaz de llegar Dios por salvar al hombre, dejó ver la obediencia al íntimo amor, por eso su Padre lo devolvió victorioso de la muerte: "Por eso Dios lo exaltó y le dio el nombre que está por encima de todo nombre"(Fl 2,9).

Si desde este día y durante toda la semana Santa o Mayor que tenemos por delante fijamos nuestros ojos en estas actitudes "divinas" del Señor Jesús, será inevitable la participación de manera íntima y profunda en este misterio de salvación que sobrepasa cualquier tipo de misterio de iniquidad que guarde nuestro corazón y nuestro mundo.

Padre Ramón