Como lo habíamos recordado el pasado domingo cuando dábamos por terminado el año litúrgico con la celebración de la fiesta de Cristo rey; hoy iniciamos el nuevo año litúrgico con el domingo de adviento. A partir de hoy y durante estas cuatro semanas nos vamos a detener a reflexionar y a orar en una dimensión muy hermosa y profunda de nuestra fe: la alegre espera, la certeza que el que viene, el niño de Belén, llegará para salvarnos, para sembrar en nuestra vida el amor y la ternura propias de nuestro Dios. Una súplica permanente recoge esta nueva temporada del año litúrgico con esta primera etapa el adviento: “Te estamos esperando, !ven Señor Jesús¡".
Situando nuestra reflexión en la “espera”, podemos constatar en la vida que en ocasiones esta actitud de espera no siempre es la más agradable; muchas veces "esperar por algo o por alguien" va acompañado de ansiedad, angustia y sensación de que al esperar nuestro tiempo empieza a depender de quien esperamos, de la puntualidad del otro y al fin de cuentas de lo que el otro quiera concedernos al esperarlo. Otros ejemplos como esperar que nos atienda el médico cuando lo necesitamos, esperar que nos acepten en el trabajo que nos postulamos o simplemente esperar la respuesta anhelada a quien le propusimos algo; traen consigo una sensación de incertidumbre por no saber en qué va a terminar nuestra espera. Estos y otros ejemplos hacen evidente que tristemente muchas personas no saben esperar llegando a experimentar estados de pánico, desesperación, incertidumbre y ansiedad que en ocasiones, además de lesionar las relaciones con las personas más cercanas, los ha llevado a buscar algunos “paliativos” como drogas y alcohol; prácticas que, como todos sabemos, solo hacen más difícil vivir el momento de la espera. ¿Cuál es entonces el verdadero sentido de la espera?. Recogemos en la palabra de este día la alegría de esperar en Dios y con Dios porque: "él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas" (Is 2,). Podríamos afirmar que la espera para los cristianos católicos se entiende como un caminar, como un transitar por la vida en compañía del Señor. Los creyentes caminamos seguros de que en Dios se fundamenta nuestra alegría y nuestra confianza al reconocer que él siempre viene en nuestro auxilio porque en él ponemos nuestras metas, nuestros sueños, sufrimientos y angustias. Cuando entramos en episodios de angustia y desespero por la espera o por los resultados de la misma que en ocasiones no son los que esperábamos o anhelábamos; conviene permitirle al Señor que entre en nuestra vida, conviene escuchar con atención su palabra y hacerla viva y real porque sabemos que él nos trae la paz y la bendición que necesitamos. Un claro ejemplo de esta confianza en la Palabra de Dios es la invitación que San Pablo nos ha presentado en la segunda lectura: "Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias. Vestíos del Señor Jesucristo"(Rm 13, 14).
Esta espera entendida como un caminar hacia el encuentro con el Señor, con el Diosniño que pobre y humilde se nos revela; supone de nuestra parte una continua actitud de súplica permanente al Señor, invocando siempre su venida sobre nosotros, su Iglesia. Como católicos, encenderemos en estos cuatro domingos las velas de la coronilla de adviento, signo de nuestra vigilante espera en Jesucristo nuestro salvador. Los invito a recuperar esta hermosa tradición en la que como familia nos reunimos en torno a la coronilla y encendemos una luz que significa la presencia de Dios en nuestra vida; luz que ilumina nuestro caminar hacia el encuentro con el niño de Belén.
Durante estos cuatro domingos de adviento, no le vamos a permitir a la desesperanza ni a la cultura de la muerte que "abra un boquete" en nuestra vida, en nuestras familias y en nuestro país generando dolor, tristeza y muerte; por el contrario, a ejemplo de la virgen de la dulce espera, proclamaremos con nuestra vida: !ven Señor Jesús, te esperamos, sabemos que vendrás y todo lo renovarás¡