María y José llevan al Niño Jesús al Templo de Jerusalén: "Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: "Todo varón primogénito será consagrado al Señor". 24 También debían ofrecer un sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor" (Lc 2,22-24). El evangelio de Lucas dice que la intención principal del viaje a Jerusalén era para "presentarlo al Señor", o sea la entrega u ofrecimiento de Jesús a Dios.
Ahora bien, ha llamado la atención que Lucas no narra la ceremonia del rescate del primogénito ni de la purificación de la madre; y todo el relato se ubica en el ingreso al Templo. Esto se puede comprender por su relación con la profecía de Malaquías (Mal 3,1-4; primera lectura de hoy) "quien anuncia que el Señor vendrá a su Templo y entonces quedarán purificados los sacerdotes y los sacrificios. Si se atiende a esta profecía, entonces se comprende que el autor del Evangelio ha hecho todo el relato mencionando la introducción del Niño Jesús en el templo de Jerusalén con la intención de mostrar que con este hecho se ha cumplido la esperada purificación del sacerdocio y de los ritos del Antiguo Testamento. En el acto de llevar al Niño Jesús en el templo para consagrarlo a Dios, el autor del Evangelio ve resumido todo el misterio de la venida de Cristo a este mundo. Él viene a ofrecer a su Padre un sacrificio verdaderamente digno y puro, que alcanzará su culminación en el momento de la Cruz.
En escena aparece el anciano Simeón,es un hombre justo y piadoso que esperaba el consuelo de Israel. De este modo Simeón encarna las auténticas expectativas mesiánicas de Israel pues tiene en sí la presencia del Espíritu Santo y se deja conducir por Él. "Podríamos decir que es un hombre espiritual y, por tanto, sensible a las llamadas de Dios, a su presencia.
Simeon movido por el Espíritu, afirma que el Niño Jesús, es : “luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel". Los ojos de Simeón han han visto la salvación de que este niño traerá a los gentiles lo mismo que ha Israel; pero, como auténtico profeta, ve también el rechazó y la catástrofe; y su segunda visión, en tono de tragedia, se dirige a la madre del niño, a la primera a quien llegó la buena nueva sobre Jesús; por ser la primera en oír la palabra y aceptarla, debe encontrar en su propia alma el reto de la palabra y la tragedia de su rechazo por muchos pertenecientes a Israel al que Jesús quería ayudar.
La fiesta del 2 de febrero conserva un carácter popular con especial atención a la figura de María. Sin embargo, es necesario que responda verdaderamente al sentido auténtico de la fiesta. Las velas, conservadas en los hogares, deben ser para los fieles un signo de Cristo "luz del mundo" y por lo tanto, un motivo para expresar la fe.
La fiesta de la Presentación celebra una llegada y dos encuentros; la llegada del esperado y deseado Salvador; y el encuentro con dos representantes del Pueblo de Israel, Simeón y Ana, íconos de los pobres de Yavé, de los que ponen su esperanza sólo en Dios. Y más aún, históricamente "la venida de Jesús al templo indica el momento del encuentro entre la Ley y el Evangelio, entre la antigua y la nueva alianza, entre el viejo y el nuevo templo Se cierra el tiempo de la profecía y se inaugura el tiempo del cumplimiento .Con todas las referencias a los profetas y con las palabras «gloria de su pueblo Israel», Jesús es presentado al mundo, por una parte, como punto de encuentro y lugar de paso entre el Antiguo y el Nuevo Testamento; por otra parte, con las palabras «luz para iluminar a los gentiles», él es presentado como punto de encuentro entre Israel y el resto de la humanidad, como aquel que abatirá el muro de separación y hará «de los dos pueblos uno solo» (cfr. Ef 2,14). Jesús marca, pues, el paso no sólo de lo viejo a lo nuevo, sino también de lo particular a lo universal, de un pueblo a todos los pueblos" . Pues bien, Cristo en el Bautismo nos ha hecho partícipes de su sacerdocio, todos los bautizados tenemos el sacerdocio común o real, por el que somos invitados a presentarnos- ofrecernos a Dios con la certeza de que nuestra ofrenda será agradable. No por nuestros méritos, sino por su misericordia que nos permite participar de la ofrenda de Jesús a su Padre. Es la misma invitación que le hacía
San Pablo a los cristianos de Roma: "hermanos, yo los exhorto por la misericordia de Dios a ofrecerse ustedes mismos como una víctima viva, santa y agradable a Dios: este es el culto espiritual que deben ofrecer. No tomen como modelo a este mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto" (Rom 12,1-2). Por tanto, junto al nuevo sacerdocio hay un nuevo culto, espiritual y existencial, de entrega de la propia vida en todos los momentos y situaciones de la misma.
Le consagramos al Señor todo lo que somos y todo lo que hacemos, buscando siempre discernir y cumplir su voluntad. En el centro está Jesús. Por último, sería bueno iluminar el sentido de las velas que hoy bendecimos. Ellas son un símbolo de la luz de Cristo que disipa las tinieblas del pecado y de la muerte; y que los asistentes se llevan consigo para encender cuando quieran rezar. En fin, que el Buen Padre Dios nos conceda vivir lo que pedimos en el hermoso prefacio de esta fiesta: "Hoy es el día en que Jesús fue presentado al templo para cumplir externamente la ley de Moisés, pero sobre todo, para encontrarse con el pueblo creyente. Impulsados por el Espíritu Santo, llegaron al templo los santos ancianos Simeón y Ana que, iluminados por el mismo Espíritu, conocieron al Señor y lo proclamaron con alegría. De la misma manera nosotros, congregados en una sola familia por el Espíritu Santo, vayamos a la casa de Dios, al encuentro de Cristo. Lo encontraremos y los reconoceremos en la fracción del pan, hasta que vuelva revestido de gloria". "Vayamos en paz al encuentro del Señor."
-Padre Ramón Zambrano-